Un solo atardecer colmaba mis ansias observando el vuelo de los vencejos
y las golondrinas que se abría en
círculos sobre los tejados y azoteas. El color de la tarde rezumaba frescor y
una alegría punzante. La tarde se expandía en un latido que abría el cuenco de
las manos recogiendo el regalo del presente. Finalmente me sumergía en la
noche, un aleteo cálido, luminoso y secreto, seguía palpitando la música de las
bestias entre luces mortecinas y lejanas.
domingo, 23 de diciembre de 2018
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