sábado, 9 de enero de 2016

De cómo mira la ciudad de Sibiu.






            De los tejados amplios y de pendientes espectaculares resbalan párpados de ojos grandes, el iris se abre a través de un ventanuco de siglos mirando la ciudad. Sus tejas de un rojo brillante unas y otras revestidas de musgo forran las calles cuando te elevas sobre ellas en las escaleras que abren el barrio antiguo a un laberinto. La noche los cierra y sorprende a la mañana su vigilancia atenta al trasiego urbano. A la que me percato, una mezcla de inquietud y perplejidad me arrolla, acostumbrada a mirar ciudades y no a ser mirada por ellas. La misma inquietud que atenaza el observar por primera vez las casas semienterradas en el campo, camufladas a fin de eludir las invasiones continuas sufridas por este pueblo. Estos ojos miran escondiendo que lo son. De ahí el susto cuando los descubres. Ojos y bocas según la cantidad y disposición de las buhardillas. Son auténticas caras. Sibiu te mira.

Inmersa en el pasado con sorpresa mientras deambulo por sus calles antiguas. Al cabo del paseo, y ya en Brasov, entramos en un café-teatro de nombre  infame y ambiente artístico maravilloso. Recostada en un sillón de cuero, en una mano el “lapte mateado” y en la otra el cigarrillo, escuchando a Cesárea Évora. De pronto me viene el presente a la memoria y mi mujer sonríe.

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