Cae la sal sobre la superficie dura y crujiente, la tostada
recibe la lluvia sobre la escarcha de aceite. Un gesto que perdura, cada día,
durante tanto tiempo. Entre el acto de llevarme a la boca el pan tostado y los sucesivos movimientos anteriores se comprime
el mundo lleno de mañanas y de otros que hicieron lo mismo.
Cuantas rugosas mañanas llenas de luz. Calor sofocante a
resguardo, solo la tristeza de mi padre se dispersaba por toda la sala. Recogía
trocitos de ésta que se diluían al paso de las horas como la sal sobre las
tostadas.
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